Inauguración en Elsi del Río. Del 19 de octubre
al 23 de diciembre 2005
S/T II
Sobre homosexualidad
masculina
Cascabeles secretos
pulsan el ritmo de la sangre
desbordando la mesura
y los mandatos.
Las cuestiones de género y de identidad
sexual no parecen ser hoy tan relevantes como lo eran hace unos años. Los que nos hemos acercado al tema con alguna
libertad, comprendemos que limitar la personalidad y psiquis de un individuo a
su sexualidad es acotar el sentido existencial de ese individuo.
Un hombre es un hombre, cualquiera sea su
definición sexual, su religión o su opinión política. Podemos decir que es un hombre bueno, malo o
indiferente, inteligente, mediocre o tonto, agradable o antipático, emprendedor
o abúlico, de acuerdo a la manera como se comporta con y hacia los demás, como
piensa, de qué manera ha desarrollado su intelecto y su sensibilidad, de acuerdo al tipo de energía que despliega y
a una estructura psicóloga heredada y adquirida a lo largo de su vida, haya
sido esta corta o larga. Lo que no
podemos decir, lo que no podemos escribir, ni deberíamos pensar, es que es
bueno si es heterosexual y malo si es homosexual.
Los que se oponen a las relaciones sexuales
entre personas del mismo sexo abogan por las relaciones heterosexuales como
“naturales”, y definen la homosexualidad como un estado anormal o patológico
del cual hay que curar a los hombres.
Tanto la aparente normalidad, basada en la posibilidad de procreación y
en una división genérica de los roles políticos y sociales, como el diagnóstico
de la homosexualidad como anormalidad, son apreciaciones superficiales que no
tienen en cuenta la historia del hombre,
ni los ejemplos de relaciones homo y hetero en el mundo contemporáneo.
Si las vocaciones sexuales y otras se
construyen psicológicamente a partir de situaciones vividas, qué puede ser más
natural que el sistema psicológico y neurológico de un individuo responda a
estos estímulos, que responda a la vida heredada y vivida dentro de un contexto
determinado. Una vez que cada individuo
reconoce en sí mismo sus inclinaciones tanto sexuales, como políticas, como
vocacionales, debe elegir una manera de vivir y de convivir en la que siente
que se reconoce a sí mismo y se respeta, a la vez que reconoce a los demás y
los respeta.
Hemos elegido seis artistas argentinos para
representar distintos espectros de la creatividad contemporánea teniendo en
cuenta el contexto de la muestra.. Cada
uno de ellos trabaja desde sus necesidades y desde una visión del mundo amplia
y lúcida, formulando preguntas y respuestas sobre la vida que vive y el mundo
que habita a través de su propio proceso creativo.
José Luis Anzizar, 1962, Buenos Aires, ha
trabajado en series sobre papel o sobre tela con elementos diversos. Con avidez estética y psicológica rescata
información que después traduce irónicamente en técnicas no tradicionales, que
en muchos casos se instalan dentro del
dominio de la vida doméstica. Estos comentarios estéticos supeditan el mensaje
dramático a su gusto por la materia y por una manera poética de trabajarla. En esta muestra nos recuerda elípticamente en
una instalación de pared, con humor y galantería, las condiciones sociales, políticas y
económicas de seres en transición en una Argentina en crisis. Su sentido del
humor arropa sugestivamente la angustia y el drama que han vivido y viven
tantos argentinos buscando un lugar ajeno en el cual instalarse para reparar
las carencias vitales de su tierra natal.
La obra de Carlos
Oñatibia , 1970, Tres Arroyos, es quizá en esta muestra la que
enfoca más directamente el sufrimiento particular del individuo que se reconoce
aislado afectivamente, a pesar de pertenecer a un grupo familiar y social
determinado. Sus imágenes nos llevan a ese lugar en el que los demás no nos
pueden acompañar porque la experiencia es única e intransferible. Reflexivo, austero, creativo, discreto, nos
muestra un maniquí en el lugar que debería ocupar el hijo que no tuvo. La búsqueda de ese hijo imaginario en las
vidrieras mirándolo a los ojos, averiguar su precio, llevarlo a su casa
desnudo, tomarle las medidas para comprarle ropa, abrigarlo, hace al ritual que
establece, o reemplaza, su opción actual para dar curso a su vocación de padre
y a su propia necesidad de afecto y de ternura.
Este acercamiento visual, en reemplazo de lo que no es, lo remite a los
juegos de la infancia, entonces secretos, -recreados en la serie “Mi vida en rosa”,
que mostró en Elsi del Río en 2004- en los que daba rienda suelta a su
imaginación y a su necesidad de ir construyendo un mundo propio, por aleatorio
que pareciese.
A pesar de que la cultura griega clásica
aceptaba la relación afectiva y sexual entre hombres como una de las maneras de establecer vínculos
enriquecedores, que permitían a los jóvenes del sexo masculino acceder a
niveles mayores de comprensión y de sabiduría a través de sus mentores/amantes,
no existió un término específico que definiese esta relación. Suponen algunos
lingüistas que la palabra “homosexual” fue acuñada por Karoly Maria Benkert,
un
médico húngaro en 1869. Otras Fuentes
refieren el origen de esta palabra a un psicólogo alemán del mismo nombre.
Por mi parte, he elegido “homosexual” como
definición etimológica de la necesidad de sexo y amor del hombre por el hombre
por creer que otras definiciones acotan el sentido amplio de este término.
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