lunes, 20 de mayo de 2013

La entrevista inédita y otros cuentos


Los cuentos de Alina Tortosa tienen la propiedad de provocar sensaciones siempre cercanas al desasiego: la ambigüedad de los sentimientos, el moderado despliegue pasional de las situaciones, el amor o el encono puestos de manifiesto mediante escuetos estallidos verbales, la suave articulación lógica como inefable presencia dominante…  Toda la materia  narrativa de estos textos explora la tumultuosa opacidad de lo indeterminado, de lo posible dentro de lo fraguado por la condición inexpugnable de lo que a cada uno le fue le fue otorgado como plenitud  o desesperanza.  Más allá se vislumbran otros paisajes, el misterio del suceder imaginario: una puerta que se cierra lentamente, una figura que se aleja, o el recuerdo de lo que pudo ser como anonadamiento del presente.


Ilustración de tapa: Xul Solar

LA CIUDAD

Jacinto gesticula mientras caminamos para ilustrar lo que dice:
-    Como explicarte, la ciudad es para mi una manta, un abrigo con el que me puedo cubrir, puedo meter mis brazos en sus mangas o usarla de sombrero, de capa,  de carpa. Puedo usarla para perderme en ella,  esconderme, desaparecer para después aparecer en otro lado.

-   Yo sólo puedo ver la ciudad como un espacio físico organizado de una cierta forma, bien o mal.

Jacinto me mira con desprecio: 
-   No te entiendo. ¿Cómo podés decir eso? ¿Y lo que has vivído dentro de la ciudad? ¿Lo que has visto y ya no es? ¿No forma esto parte de ese espacio físico del cual me hablás, no se sobrepone a la apariencia objetiva de los lugares? Mis recuerdos se instalan en los lugares, se acomodan en el espacio, distorsionan lo que veo. Pero vos, Negro, vos tenés sangre de horchata.

-   ¿Qué querés? Yo soy un tipo convencional. No veo lo que no está.

-   Pero está, viejo, está. Lo tenés en la cabeza y en las entrañas. Y eso es tan real como el cemento.

-   Mirá Jacinto, será como vos decís, pero yo soy un tipo tranquilo.

-   Más que tranquilo, estás dormido.

-   Si vos lo decís.

Un rato de Jacinto me divierte,  pero después me impaciento. No puedo seguir su discurso apasionado, y a veces ni siquiera comprendo lo que me dice.  
-   Bueno, Negro, no te enojés, vos sabés como soy yo, la cabeza me trabaja a mil por hora, me voy y vuelvo. Y, vos, vos sos lenteja.

Tiene razón Jacinto, yo soy lento, pero me parece que uno a estas cosas no las elije. Uno es como es. El no eligió ver esas cosas que dice que ve,  igual que yo no elejí ver la ciudad tal cual es ¿no?
-   Mirá, Jacinto, sabés lo que yo creo, que uno no elige lo que ve, algunos pueden ver esas cosas de las que vos hablás y otros no.

Me mira disgustado:
-   Uno puede elegir. ¿Y, si elegís ver en lugar de no ver?

-   ¿Vos crees...? Si se pudiese, yo eligiría ver... -le contesto sin estar seguro de lo que digo.

-   Elegí, entonces, carajo.

-Está bien - le digo para que se quede contento - elijo ver.

Caminamos en silencio. 
¿Cómo será ser otro?,  me pregunto,  ¿Cómo será ver lo que no está?  ¿Cómo será ser apasionado como Jacinto?
Siento una opresión en el pecho y me falta el aire.   Me zumban los oidos.   Se me nublan los ojos, no veo.   La ciudad se ha escondido detrás de una neblina oscura,  la ciudad está temblando, se tambalea,  se sacude, se oscurece.   Un brazo me sostiene,  la ciudad ha estirado uno de sus brazos para sostenerme.   Siento que me deslizo,  que su brazo no me puede sostener y caigo, ella cae conmigo.


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