domingo, 19 de mayo de 2013

Cuentos burgueses


“Cuentos burgueses” es una selección de cuentas editada por el Grupo Editor Latinoamericano (Colección Escritura de Hoy) en 1993. Hasta 1994, la autora firmaría sus obras con el apellido Molinari.


Ilustración de tapa: Esther Eder

PREFACIO

Primero con dos libros de poemas, Las piedras bajo el agua y Centro y periferia, y ahora con una selección de cuentos irrumpe Alina Molinari (Alina Tortosa) en nuestro panorama literario.  De seguro no será una presencia más, pues tanto en uno como en otro género muestra que puede volar con alas propias.  Su predilección por el poema lírico y la narrativa breve no es fortuita, pues la crítica actual suele mostrar entre ambas analogías no demasiado sorprendentes. El cuento cristaliza en un núcleo magnético que obliga a una concentración y a un ascetismo verbal en su expresión.  Por su parte, y los libros mencionados de Alina Molinari son cabal ejemplo, la poesía sugiere sus temas que, aunque apunten a sectores de la realidad, se nutren principalmente de su propia tensión.

Tal es la característica de los cuentos aquí titulados burgueses.  La palabra burgués  ha ido incorporando en su transcurso tantas connotaciones –económicas, sociales, espirituales, no todas halagadoras- que uno se inclinaría a pensar que aquí la autora ha querido darle un sentido ambiguo y quizá levemente irónico. Estos cuentos, y pienso no sé por qué en La compañera de cuarto , La cita y Guaviyú, vierten un hecho articulado en una forma artística, en una integración de palabras, relacionadas cada una en particular y todas en conjunto con su significación, su halo afectivo, sus alusiones claras o su impenetrable misterio. Y acuden aquí a la mente relatos como El conscripto, La melancolía, Aquí y ahora.

Hay en estos cuentos variedad temática, aunque se cierne sobre todos un clima de insinuado sortilegio. Esto se advierte, ya se trate de una experiencia trasferiblemente vivencial o imaginativa (¿cómo discernirlos?), ya de una alegría sutil (La melancolía o La Esperanza), ya en la trascendencia que su contexto apunta (La melliza, Las calas).  Estos niveles están referidos en lenguaje atinado, preciso, sin rebuscamientos y sus personajes y episodios poseen el alcance simbólico que impregna su totalidad y asoma en cada párrafo.

Un ejemplo palmario lo tenemos en Corrientes paralelas, en el que asistimos al encuentro entre la esposa y la amante, después de la muerte del marido.   El lector se hace cargo de la situación y se pregunta si el hombre evocado fue realmente el  mismo o escondía para ambas insospechadas intimidades sincrónicas y, por supuesto, equidistantes.  O El anillo exótico, que al pasar a una mano ajena se vuelve desgastado, anodino, casi impersonal.  O La foto, con su desesperado estallido final, que muestra los torbellinos que pueden agazaparse bajo las superficies tersas.

Para la captación de estos cuentos es importante establecer la posición del narrador en primera o tercera persona, dentro o fuera de su materia.  Así es como el lector aprehende la fuerza de los elementos constitutivos de todo relato: la trama y los personajes, el espacio y el tiempo, las acciones y las reacciones de cada situación, la información serena o desgarrante, las cambiantes proporciones de realismo y fantasía.  El resultado hace de cada cuento un logro –sean tan escuetos como La luz y El espejo o más extensos como La rutina o Día de visita-, gracias a su ritmo y a la cuidadosa gradación de sus recursos expresivos. En el cuento moderno el receptor o el lector no es un ente exterior o pasivo, sino forma parte de ese singular acto comunicativo que toda lectura solitaria supone.  Como tal he compartido lo que Alina Molinari transmite en sus cuentos y que he intentados resumir en estas modestas líneas de presentación.

Delfín Leocadio Garasa
                


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