“Cuentos
burgueses” es una selección de cuentas editada por el Grupo Editor
Latinoamericano (Colección Escritura de Hoy) en 1993. Hasta 1994, la autora
firmaría sus obras con el apellido Molinari.
Ilustración de tapa: Esther Eder
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PREFACIO
Primero con dos libros de poemas, Las piedras bajo el agua y Centro y periferia, y ahora con una selección
de cuentos irrumpe Alina Molinari (Alina Tortosa) en nuestro panorama
literario. De seguro no será una
presencia más, pues tanto en uno como en otro género muestra que puede volar
con alas propias. Su predilección por el
poema lírico y la narrativa breve no es fortuita, pues la crítica actual suele
mostrar entre ambas analogías no demasiado sorprendentes. El cuento cristaliza
en un núcleo magnético que obliga a una concentración y a un ascetismo verbal
en su expresión. Por su parte, y los
libros mencionados de Alina Molinari son cabal ejemplo, la poesía sugiere sus
temas que, aunque apunten a sectores de la realidad, se nutren principalmente
de su propia tensión.
Tal es la característica de los cuentos aquí titulados burgueses. La palabra burgués ha ido incorporando en su transcurso tantas
connotaciones –económicas, sociales, espirituales, no todas halagadoras- que
uno se inclinaría a pensar que aquí la autora ha querido darle un sentido
ambiguo y quizá levemente irónico. Estos cuentos, y pienso no sé por qué en La
compañera de cuarto , La cita y Guaviyú, vierten un hecho articulado en una
forma artística, en una integración de palabras, relacionadas cada una en
particular y todas en conjunto con su significación, su halo afectivo, sus
alusiones claras o su impenetrable misterio. Y acuden aquí a la mente relatos
como El conscripto, La melancolía, Aquí y ahora.
Hay en estos cuentos variedad temática, aunque se cierne sobre todos un
clima de insinuado sortilegio. Esto se advierte, ya se trate de una experiencia
trasferiblemente vivencial o imaginativa (¿cómo discernirlos?), ya de una
alegría sutil (La melancolía o La Esperanza), ya en la trascendencia que su
contexto apunta (La melliza, Las calas).
Estos niveles están referidos en lenguaje atinado, preciso, sin
rebuscamientos y sus personajes y episodios poseen el alcance simbólico que
impregna su totalidad y asoma en cada párrafo.
Un ejemplo palmario lo tenemos en Corrientes paralelas, en el que
asistimos al encuentro entre la esposa y la amante, después de la muerte del
marido. El lector se hace cargo de la
situación y se pregunta si el hombre evocado fue realmente el mismo o escondía para ambas insospechadas
intimidades sincrónicas y, por supuesto, equidistantes. O El anillo exótico, que al pasar a una mano
ajena se vuelve desgastado, anodino, casi impersonal. O La foto, con su desesperado estallido
final, que muestra los torbellinos que pueden agazaparse bajo las superficies
tersas.
Para la captación de estos cuentos es importante establecer la posición
del narrador en primera o tercera persona, dentro o fuera de su materia. Así es como el lector aprehende la fuerza de
los elementos constitutivos de todo relato: la trama y los personajes, el
espacio y el tiempo, las acciones y las reacciones de cada situación, la
información serena o desgarrante, las cambiantes proporciones de realismo y
fantasía. El resultado hace de cada
cuento un logro –sean tan escuetos como La luz y El espejo o más extensos como La
rutina o Día de visita-, gracias a su ritmo y a la cuidadosa gradación de sus
recursos expresivos. En el cuento moderno el receptor o el lector no es un ente
exterior o pasivo, sino forma parte de ese singular acto comunicativo que toda
lectura solitaria supone. Como tal he
compartido lo que Alina Molinari transmite en sus cuentos y que he intentados
resumir en estas modestas líneas de presentación.
Delfín Leocadio Garasa
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