Archivos del Presente / Año 8 / Número 32 / Buenos Aires /
Argentina – páginas 201 a la 205.
Un perfil del arte contemporáneo argentino
Escritora y crítica de arte.
Columnista de arte del Buenos Aires Herald
Para ponerse de acuerdo sobre qué se discute cuando se
escribe o habla sobre el arte contemporáneo argentino, el primer paso es
definir qué es arte argentino y qué trabajos de arte creados por argentinos,
por haber sido profundamente influenciados por condiciones culturales y materiales
ajenas a nuestro entorno nacional, no lo son.
Todos los artistas que trabajan en el mundo fuera del territorio
nacional enriquecen la historia del arte argentino, y debemos tenerlos en
cuenta, mencionarlos y analizar su obra.
Pero las circunstancias materiales, académicas y de intercambio
conceptual y visual a las que tienen acceso los que hace años trabajan en
países donde la producción artística está efectivamente avalada por las
instituciones privadas y del Estado, llevan a los autores a modos de producción
que nos son totalmente ajenos.
Las influencias culturales tempranas que marcan la psiquis
de los individuos juegan también un papel importante en el desarrollo posterior
de la creatividad de los mismos individuos. Entonces entramos en un territorio
movedizo en el que la discusión de si cabe que la obra de los artistas que
trabajaron casi toda su vida madura fuera de la Argentina sea reconocida como propia a nuestra historia, o
si debemos tenerla en cuenta como referentes importantes, pero no propios. Esto
no se termina de definir.
Se me ocurren dos casos antagónicos de distintas
generaciones: Liliana Porter (1941, Buenos Aires) y Leandro Erlich (1973,
Buenos Aires. Ambos han vivido en Nueva
York la mayor parte de su vida adulta.
En el caso de Porter, si bien su obra ha sido influenciada y enriquecida
por su residencia en un centro multimediático internacional, surge en tono
quedo desde una perspectiva irónica y poética, en la que se leen claramente
referentes nacionales y una cierta
economía que nos es propia. La obra de
Erlich es conceptualmente extranjera. No podría nunca haberse gestado desde
Buenos Aires por la estructura material y técnica que necesita, tan lejos de
las posibilidades locales.
Otro tema esencial sobre el que tenemos que ponernos de
acuerdo, de definición mucho más clara a mi entender, es el de definir cuáles
de las obras de arte que se están produciendo hoy son contemporáneas y cuáles
no.
Si bien todos los artistas que producen obra hoy son
nuestros con-temporáneos, muchos de ellos, la mayoría, no trabajan desde una
mirada y un pensamiento contemporáneo. Es decir, ven el mundo y piensan como lo
veían o pensaban generaciones anteriores. Sé que este es un concepto difícil de
aceptar desde las artes visuales porque se cree que el objeto, la instalación o
la imagen producidos hoy tienen que ser contemporáneos. No es así. Y antes de
ilustrarlo dentro del mismo territorio de las artes visuales, me gustaría
llevarlo al cine, a la literatura, al diseño de automóviles o al diseño de la
moda, terrenos en los que la mayoría de los individuos puede reconocer
fácilmente el paso del tiempo.
Entonces, si podemos reconocer diseños y modas del pasado e
imágenes e historias en el cine, donde se muestran costumbres, códigos
corporales y de interrelación entre los personajes que señalan el momento o
época al que pertenecen, podemos aceptar que, para aquellos que conocen la
historia de las artes visuales y que tienen un cierto entrenamiento en la
percepción y análisis de las imágenes, es relativamente fácil poder discriminar
entre trabajos de arte contemporáneos y trabajos de arte hechos hoy que no lo
son. Y, aclaremos este punto álgido de una vez, tampoco todos los periodistas y
críticos que escriben sobre el arte de hoy tienen una mirada contemporánea.
Para ser contemporáneo es necesario pensar “en
contemporáneo”. Si, es un idioma, un lenguaje que se establece a partir de
cierta estructura mental y al tipo de información que se recibe. Por eso se destacan algunos artistas y no
otros, algunos pensadores y no otros, algunos escritores y no otros. Esta estructura de pensamiento contemporáneo
es un don sobre el que hay que trabajar, como la mayoría de los dones y de los
lenguajes, para poder captar los cambios profundos y los cotidianos, aparentemente
superficiales, en lo social, lo político y lo estético, cambios que influyen y
modifican la percepción y el pensamiento.
Basta prestar atención al habla cotidiana, tanto al lenguaje
oral como al lenguaje escrito. Por la
elección de las palabras y la estructura de las frases uno se da cuenta de si quienes
hablan están al tanto de la evolución técnica y conceptual del mundo de hoy o
no.
¿Es reconocible el arte argentino como tal? ¿Cuáles son las pautas y los parámetros que
lo definen? ¿Cuáles las motivaciones?
Hay pautas que marcan una cierta estética austera en el arte
argentino. Los mejores artistas logran
resultados interesantes a partir de la buena administración de los recursos que
tienen al alcance de la mano. Al revés
de lo que sucede en algunos países de Europa, en los Estados Unidos y el
Canadá, y posiblemente en Australia, la producción de la obra de arte entre
nosotros sufre la influencia profunda de la falta general de recursos de todo
tipo, desde los mismos materiales y medios técnicos para elaborar la obra,
hasta la dificultad de publicar catálogos en los que queden registrados los
resultados alcanzados. Artistas de la talla de Pablo Suárez y de Clorindo Testa
no cuentan con libros o catálogos que los representen como se merecen. Sus bibliografías se ven enriquecidas por
haber expuesto en exposiciones, en general colectivas y en el exterior, donde
se les ha dedicado capítulos de catálogos, notas y ensayos en revistas de arte
internacionales. Esta carencia crítica y
literaria implica que hay un vacío de ensayos capaces de abrir la discusión
académica seria sobre temas relacionados con el arte contemporáneo y sobre el proceso creativo de distintos
artistas.
Obras como las de Victor Grippo, Jorge Macchi, Irene
Banchero, Elba Bairon, Jane Brodie, Aili Chen, visualmente distintas entre si,
se hermanan en esa austeridad material -tengan conciencia de ella o no sus
autores- y en los discursos o propuestas sugerentes y poéticos.
Esta situación de despojamiento en la que transcurre la vida
profesional de la mayoría de los artistas de talento nos condiciona como
observadores y nos lleva a ser algo escépticos sobre la utilización excesiva de
elementos materiales para acceder a una obra creíble. A menos que el uso de los materiales se diluya
en el sentido de la obra, como podrían ser los casos de la escultura en proceso
de Claudia Fontes para el Parque de la Memoria o la instalación que expuso este
año Marina Papadópoulos en el Centro Cultural Recoleta.
Hay tradiciones históricas dentro de la historia del arte
argentino que se suceden de generación en generación, como el gusto y el
talento por la pintura, y en algunos casos, parámetros constructivos dentro de
los cuales se organizan los elementos que hacen a la composición de la obra, aunque
los artistas no los reconozcan por lo
que son.
En el caso de la pintura la tradición es muy fuerte y los
referentes históricos son importantes: Prilidiano Pueyrredón, Cándido
López, Pettoruti, Molina Campos, Xul
Solar y Berni entre otros.
Tulio De Sagastizabal, Marcia Schwartz, Fermín Eguía, Juan
José Cambre y Guadalupe Fernández han logrado articular un lenguaje propio
desde la pintura, paso a paso, estableciendo un diálogo fluido con este medio.
Otros, como Manuel Esnoz, la deconstruyen en un diálogo a contrapelo, rasgando
la superficie bidimensional para lograr efectos viscerales que nada tienen que
ver con el expresionismo del pasado.
Guillermo Kuitca sería un ejemplo claro de una obra
pictórica que no sólo trasciende por sí misma ocupando un lugar único en la
historia del arte contemporáneo argentino e internacional, sino que se afirma
dentro del panorama local a través de la voluntad del artista de seguir
viviendo en la Argentina, a pesar de que en los últimos años ha expuesto con
exclusividad en el extranjero, con excepción de la retrospectiva que se hizo en
el Malba este año. Kuitca se afirma
también por su vocación de generar oportunidades para artistas jóvenes en la
Argentina a través de las becas Kuitca. Esta capacidad de apoyo e intercambio
-con las que varias generaciones de artistas que trabajan en disciplinas y
técnicas diversas y ajenas a la suya se han beneficiado- le ha permitido
mantenerse a la vanguardia de los acontecimientos a través de los trabajos
multidisciplinarios de sus becarios.
En los últimos años el perfil general del arte contemporáneo
en el país se ha nutrido de la información que reciben los artistas ha través
de Internet y de publicaciones argentinas y extranjeras, y se ha enriquecido
particularmente a través de talleres de estudio y de clínica de obra
patrocinados por la Fundación Antorchas y por Trama en varios puntos de la
Argentina.
Misiones, Tucumán, Mendoza, Córdoba, Tierra del Fuego,
regiones en las que hace veinte años el arte se resolvía en objetos artesanales
signados por técnicas tradicionales, gracias al aporte de profesores como
Claudia Fontes, Tulio De Sagastizabal, Carlota Beltrame, Pablo Siquier y Carina
Cagnolo, los artistas han tomado
conciencia de que la técnica es un dato más.
La obra contemporánea no es un objeto estático, es parte de un proceso
creativo, propio de cada artista, al
cual este llega a través de la reflexión y la experimentación. Ya no es el objeto aislado, o un número de
objetos similares que definen la estructura de la trayectoria de un artista, si
no la evolución que lo lleva a seguir trabajando desde un pensamiento rector.
El arte argentino se sostiene y resiste fuera de los
sistemas establecidos en los países llamados del Primer Mundo. Está fuera de todos los sistemas. Su recorrido por los circuitos establecidos a
través de las distintas bienales, la Documenta y otras exposiciones y ferias
internacionales, es alternativo y
esporádico. Este estar afuera de las vías de producción, exposición y venta
internacionales incide en que un artista comprometido con su trabajo debe
ahondar dentro de la propia vocación para poder seguir adelante. Este estar fuera, entonces, lleva a los
autores a estar más adentro de sí mismos, lo que le confiere a sus obras un
tipo de energía sensible y profunda.
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