Para el
catálogo de la muestra en el British Arts Centre del 3 de
mayo al 3 de julio del 2000.
Texto
en inglés y en español.
Catalina Chervin
Catalina
Chervin empieza a trabajar sobre una hoja grande de papel con una Rotring Nº
1, trazando rayas cortitas y arabescos
que forman la base de lo que va a
dibujar después. Esos primeros rasgos
son los hilos cruzados de una tela sobre los cuales va a ir entramando capas
sucesivas de trazos cortos hasta lograr
una atmósfera determinada y un equilibrio entre lo que busca y lo que
encuentra.
Las
obras se diferencian unas de otras por lo que va sucediendo a medida que
trabaja. Chervin se deja llevar por el
movimiento de su mano. Un trazo
lleva a otro, sin que ella lo programe. De ese encuentro entre la artista, el trazo y la materia
van surgiendo imágenes que, si bien su autoría es fácilmente
reconocible, difieren entre sí. Lo distinto es el encuentro. Siempre me sorprende, dice.
Chervin siente que el arte es una forma de
reelaborar su infancia. La infancia de
esa niña rodeada y aislada, a la vez, en
su Corrientes natal, la cárcel verde, en la que disfrutó de la naturaleza y sufrió
la incomprensión de su entorno, que veía su afición por el dibujo como una
rebelión peligrosa al orden establecido. Estas limitaciones la marcaron para
siempre, llevándola a internarse en su mundo interior, tratando de comprender la incomprensión. Sus dibujos son la historia de
esa búsqueda.
Paralelamente a sus estudios de arte cursó
medicina, siguiendo el ejemplo de su padre
oculista, un hombre dedicado a su
profesión. Abandonó la carrera de medicina en tercer año, para dedicarse exclusivamente a su trabajo de
artista.
Sus primeros retratos, orgánicos y viscerales, son
laberintos que la artista ha recorrido buscando la salida a un mundo más
acogedor. Externalizan las tensiones internas, a la manera de Francis Bacon, reflejando las
historias que el cuerpo cuenta antes de que la mente las comprenda. Dibujante
obsesiva e introspectiva, crea universos sensibles en los que el
hombre y la mujer, seres entrañables, desentrañan sus experiencias
biológicas vitales intensificadas por sus necesidades espirituales.
En
sus últimos trabajos el diseño es mucho más abierto. El dibujo se extiende
vertical y horizontal, y si bien
mantiene núcleos y senderos en los que la artista repite en menor escala la
vieja trama visceral entrelazada, el contexto es otro. Han cambiado el tono y
las preocupaciones centrales.
Inconscientemente la artista invade el territorio del soporte, sin
delimitar un motivo específico. Los trazos de la trama llegan al borde del
trabajo sin cerrarla. Sugieren un paisaje erótico que describe tanto la
geografía del cuerpo como la geografía
de la tierra.
Alina Tortosa
Buenos Aires abril del 2000
Catalina Chervin
Catalina Chervin starts her drawings by
covering a large sheet of paper with short lines and small curves that become
the support of what she will draw next. These first strokes are the framework on
which she will weave successive layers of short strokes until she achieves a
certain atmosphere as well as the balance between what she is looking for and
what she finds.
She allows her hand to move freely
throughout the page, led by an internal impulse she does not try to control. It
is when she realizes that she can let herself go, that she feels that her work
is in progress. It is this unpremeditated attitude that brings about the
difference between one drawing and another. She is always surprised by the
result.
Chervin
feels that her work is a way of dealing with the frustrations she suffered in
her childhood. Born and bred in
Corrientes, the luscious province, her green jail, she was torn between her love for nature
and her passion for drawing, an unacceptable trait in a well-behaved child,
according to her elders. Surrounded by a loving environment, and yet lonely,
she withdrew into herself. Every one of her drawings is a story she tells
herself trying to understand what happened and why it happened.
She
attended art school while studying medicine, trying to follow in her father's
footsteps, a dedicated eye doctor. After three years she gave up medicine
without regrets, to pursue her career as an artist.
Her
first portraits are labyrinths she designed looking for a way out into a more
congenial world. They are indicative of her inner tensions, visceral portraits
-in the spirit of Francis Bacon- prompted by a physical perception of the
world. Intensive and introspective, her drawings create sensitive spaces, to
describe vital biological preoccupations intensified by spiritual
longings.
In her
last pieces the drawing is far more open. The lines stretch vertically and
horizontally. And though she has worked in nuclei and paths of her old
intricate visceral pattern in a smaller scale, the context is different. The
atmosphere and the artist's preoccupations have changed. Her strokes have woven a fabric throughout the
canvas that is not limited by a contour. It could go on forever. We face an
erotic landscape that describes the geography of the body as well as the
geography of the land.
Alina Tortosa
Buenos Aires, april 2000
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