martes, 12 de noviembre de 2013

Catalina Chervin


Para el catálogo de  la  muestra en el British Arts Centre del 3 de mayo al 3 de julio del 2000.
Texto en inglés y en español.

Catalina Chervin

Catalina Chervin empieza a trabajar sobre una hoja grande de papel con una Rotring Nº 1,  trazando rayas cortitas y arabescos que forman la base de lo  que va a dibujar después.  Esos primeros rasgos son los hilos cruzados de una tela sobre los cuales va a ir entramando capas sucesivas de trazos cortos  hasta lograr una atmósfera determinada y un equilibrio entre lo que busca y lo que encuentra.  

Las obras se diferencian unas de otras por lo que va sucediendo a medida que trabaja. Chervin se deja llevar por el  movimiento de su mano.  Un trazo lleva a otro, sin que ella lo programe. De ese encuentro entre  la artista, el trazo y  la materia  van surgiendo imágenes que, si bien su autoría es fácilmente reconocible, difieren entre sí. Lo distinto es el encuentro. Siempre me  sorprende, dice.  

Chervin siente que el arte es una forma de reelaborar su  infancia. La infancia de esa niña rodeada y aislada, a la vez,  en su Corrientes natal, la cárcel verde,  en la que disfrutó de la naturaleza y sufrió la incomprensión de su entorno, que veía su afición por el dibujo como una rebelión peligrosa al orden establecido. Estas limitaciones la marcaron para siempre, llevándola a internarse en su mundo interior,  tratando de comprender la  incomprensión. Sus dibujos son la historia de esa búsqueda.  

Paralelamente a sus estudios de arte cursó medicina, siguiendo el ejemplo de su padre  oculista, un hombre dedicado a su  profesión. Abandonó la carrera de medicina en tercer año,  para dedicarse exclusivamente a su trabajo de artista.   

Sus primeros retratos, orgánicos y viscerales, son laberintos que la artista ha recorrido buscando la salida a un mundo más acogedor. Externalizan las tensiones internas, a la  manera de Francis Bacon, reflejando las historias que el cuerpo cuenta antes de que la mente las comprenda. Dibujante obsesiva e introspectiva, crea universos sensibles en los que  el  hombre y la mujer, seres entrañables, desentrañan sus experiencias biológicas vitales intensificadas por sus necesidades espirituales.  

En sus  últimos trabajos el diseño es  mucho más abierto. El dibujo se extiende vertical y horizontal,  y si bien mantiene núcleos y senderos en los que la artista repite en menor escala la vieja trama visceral entrelazada, el contexto es otro. Han cambiado el tono y las preocupaciones centrales.   Inconscientemente la artista invade el territorio del soporte, sin delimitar un motivo específico. Los trazos de la trama llegan al borde del trabajo sin cerrarla. Sugieren un paisaje erótico que describe tanto la geografía del  cuerpo como la geografía de la tierra.  

Alina Tortosa
Buenos Aires abril del 2000


Catalina Chervin

Catalina Chervin starts her drawings by covering a large sheet of paper with short lines and small curves that become the support of what she will draw next. These first strokes are the framework on which she will weave successive layers of short strokes until she achieves a certain atmosphere as well as the balance between what she is looking for and what she finds.

She allows her hand to move freely throughout the page, led by an internal impulse she does not try to control. It is when she realizes that she can let herself go, that she feels that her work is in progress. It is this unpremeditated attitude that brings about the difference between one drawing and another. She is always surprised by the result.

Chervin feels that her work is a way of dealing with the frustrations she suffered in her childhood.  Born and bred in Corrientes, the luscious province, her green jail, she was torn between her love for nature and her passion for drawing, an unacceptable trait in a well-behaved child, according to her elders. Surrounded by a loving environment, and yet lonely, she withdrew into herself. Every one of her drawings is a story she tells herself trying to understand what happened and why it happened.  

She attended art school while studying medicine, trying to follow in her father's footsteps, a dedicated eye doctor. After three years she gave up medicine without regrets, to pursue her career as an artist. 

Her first portraits are labyrinths she designed looking for a way out into a more congenial world. They are indicative of her inner tensions, visceral portraits -in the spirit of Francis Bacon- prompted by a physical perception of the world. Intensive and introspective, her drawings create sensitive spaces, to describe vital biological preoccupations intensified by spiritual longings.   


In her last pieces the drawing is far more open. The lines stretch vertically and horizontally. And though she has worked in nuclei and paths of her old intricate visceral pattern in a smaller scale, the context is different. The atmosphere and the artist's preoccupations have changed.  Her strokes have woven a fabric throughout the canvas that is not limited by a contour. It could go on forever. We face an erotic landscape that describes the geography of the body as well as the geography of the land.


Alina Tortosa
Buenos Aires, april  2000

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