viernes, 27 de noviembre de 2015

Verde que te quiero

Verde que te quiero verde

Texto de la muestra sobre el paisaje desde el arte contemporáneo argentino en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta – mayo 2004  Por Alina Tortosa, curadora.
  
Esta producción curatorial, como la obra misma de los artistas que participan, surge de una preocupación bastante anterior a la articulación de la propuesta.  El paisaje como entorno es, en primera instancia, una vivencia de los sentidos.  Uno siente el paisaje aún antes de verlo, de analizarlo.  Es el entorno supuestamente “natural” que se tradujo en sensaciones y en sentimientos antes de que lo pensáramos en palabras, en imágenes, en líneas y colores. 

Las palabras de Miguel Ocampo refuerzan los conceptos anteriores.“El paisaje es preponderante en mi pintura.  /Consciente o inconscientemente mis cuadros, tanto abstractos como descriptivos, rara vez dejan de tener connotaciones de la naturaleza. /Ver y mirar es lo que me mueve al trabajo. El movimiento, lo inasible de la luz, una secreta estructura de geometría no euclidiana, totalizadora e indefectiblemente armónica, son mis intereses más estimulantes.”  Por primera vez, Ocampo expone dibujos, trabajos de gran belleza, cuyos trazos refinadísimos recuerdan la elegancia de algunos paisajes japoneses.

La idea de mostrar artistas que trabajan sobre el paisaje surgió de nuestra admiración por las obras de Fermín Eguía, Juan José Cambre, Eduardo Stupía y Guadalupe Fernández, artistas de distintas generaciones que pintan el paisaje en un proceso que se reconoce auténtico desde una mirada contemporánea. Diría que estas dos condiciones han sido definitorias a la hora de elegir los artistas contemporáneos y sus obras: la coherencia en el tiempo desde una visión personal.

La elección de la obra de los artistas históricos, acotada por razones de tiempo y de acceso, surgió de la necesidad de establecer un  diálogo entre los que trabajan hoy y los que trabajaron ayer.  Un diálogo que se resuelve en un tono quedo y poético. De ninguna manera hemos tratado de trazar un recorrido histórico que explique el desarrollo lineal de las trayectorias en juego, ni abarcar todo el espectro paisajista argentino.

El paisaje como punto de partida del sentido de identidad se da espontáneamente, lo registre el sujeto en forma activa o no.  Las características topográficas, el clima, la flora y la fauna son datos que han influenciado la percepción y la sensibilidad, o la falta de ella, de los habitantes de cada zona.  El entorno geográfico primitivo de cada individuo influencia su percepción de otros entornos, próximos o lejanos, dentro del territorio nacional o extranjero.

Por eso el paisaje no es un tema del pasado, ni es un tema aleatorio, poco relacionado con una visión conceptual y contemporánea del arte o de la vida. Todo lo contrario.  Estamos ligados a él por la impronta que la experiencia específica  ha dejado en nuestra conciencia subliminal y en nuestra memoria consciente.  Nos han influido nuestra relación física inmediata: el contacto con las diferentes formas y texturas de los elementos que lo componen, la experiencia de un clima en particular, y nuestra relación emocional con todos estos elementos, a través de impresiones y de recuerdos.  Un acercamiento intelectual o conceptual al tema no puede negar estos datos.

El análisis o la descripción del paisaje en el arte no es necesariamente un relato pictórico reconocible.  Está implícito en la obra despojada de Jorge Macchi y es explícito en la obra de Nicolás Uriburu.  Macchi  analiza distintas situaciones desde una mirada íntima, casi secreta.   Uriburu construye un mensaje claro y literal en defensa de la naturaleza diezmada por el hombre. Esta preocupación es el eje alrededor del cual ha construido su obra.

Para nosotros, testigos del trabajo de los autores participantes, lo interesante es la interrelación que se crea entre los datos originales y la resolución del artista.   Cómo recibió la información, como la procesó, hasta donde llevó su investigación de un entorno determinado, y con qué medios e imágenes propone su interpretación personal.

La pinturas serenas y transparentes de Pablo Suárez de 1979 y 1980  ilustran una de sus viejas preocupaciones sobre el paisaje, la perspectiva muy particular de la Pampa en la que todo está al mismo nivel y donde la tierra y el cielo se unen en la  línea del horizonte y los caminos se pierden en el mismo cielo.

La presencia de la Pampa, como factor determinante, se ve también en la obra de Juan Becú, uno de los participantes  más jóvenes.  El artista pinta la naturaleza en técnica impecable.  En el primer plano de esta obra de largo aliento se lee el esfuerzo de algunos habitantes  por crear entornos rurales amenos, a la manera de algunos jardines europeos, para contrarrestar la visión austera, amplia y despojada del entorno.

Una obra esfumada de Alejandro Rainieri enfatiza el paisaje extendido contra el horizonte.  El tono romántico establece un diálogo con otras pinturas y con los objetos.

Los telas de Juan José Cambre y de Eduardo Stupía se complementan.  Cada uno trabaja el tema de manera distinta y ambos son ejemplos claves del resultado contemporáneo de investigaciones exhaustivas desde técnicas tradicionales.  El “Blanco” de Cambre, elegante y sutil, es tan apasionado en la intención como  el S/T de Stupía, en el que los trazos enérgicos se resuelven en forma explosiva.. Cambre ha llevado a cabo una investigación profunda sobre el uso y las posibilidades del color a través del paisaje. Stupía dibuja sus paisajes con trazos espesos o delgados, casi caligráficos. Ambas obras, tan diferentes entre si, son medulares a esta muestra.

También son claves las acuarelas de Fermín Eguía, figura de culto en el medio de las artes visuales.  Su obra intimista es bellísima, siempre poética, y en algunos casos, irónica.  Es el primer artista que se menciona a la hora de pensar el paisaje en el arte contemporáneo argentino. 

 El bosque de Josefina Robirosa, además de un paisaje, es un homenaje sentido a la trayectoria de esta artista que ha pintado el género durante tantos años.

Hay trabajos, objetos, que han sido mostrados en otros contextos como objetos sin más o como instalaciones abstractas.    Dentro del entorno de esta muestra conforman las líneas, volúmenes y espesores de una topografía reconocible como tal.  Los accidentes e incidentes del paisaje rural se reconocen en las instalaciones de piso de Jane Brodie, de Elba Bairon, de Irene Banchero y de Livio de Luca, y en las resmas de papel sobre una base de Daniel Joglar.  Estas obras, despojadas de todo subterfugio, son esencialmente poéticas.

Irene Banchero asocia el paisaje con la contemplación, con el recorrido de la mirada que se detiene, que  “busca, describe, nombra y recuerdauna limitación física dolorosa?
Los dibujos en pequeños formatos sobre seda de Matía Duville conforman una instalación de pared de gran refinamiento. El artista los describe como micro relatos en los cuales algo sucede.   Duville refuerza la imagen dibujada retirando hilos de la seda, por lo que esta es soporte y es medio. La superficie rasgada intriga y desorienta al espectador.
Juan Andrés Videla ha dado una vuelta de tuerca y ha depurado su trabajo, dibujando en grafito sobre fórmica blanca.  Con menos trazos y materia que en obras anteriores ha logrado una atmósfera clara y sensible.

 Hay connotaciones misteriosas  y mágicas en los paisajes de Marcia Schwarz, de Guadalupe Fernández y de Florencia Böhtlingk.  “Marciana”, la obra de Schwarz es parte de una serie que expuso en Recoleta  en la que denunciaba las condiciones precarias e indigentes en la que viven muchos de los habitantes de las provincias del Norte Argentino. Esta obra aislada de su contexto anterior se la ve por lo que es, sin mensajes ajenos al hecho estético: una imagen telúrica de gran belleza que proyecta una energía estremecedora.

Para Fernández pintar es una necesidad existencial, es el rito y el gesto elocuente que sostiene y alimenta su equilibrio emocional. Las imágenes de Fernández tienen su raíces en un romanticismo melancólico, una herencia de su infancia transcurrida en Suecia.  Hoy esa melancolía se nutre también de paisajes nativos, del Tigre, entre otros, y de otra luz.  Esta última obra en tonalidades verdes y azules es una versión bellísima de un paisaje vernáculo imaginario.

Para Böghtlingk pintar es también un gesto esencial cotidiano en el que elabora su libido y un sentido estético formado en comunión con los grandes espacios del sur argentino en su infancia, y  actualmente en sus largas estadías en Misiones.

Las pinturas de Nahuel Vecino se reconocen por su tono académico.  Las de Christian Prunello, por su sutileza. 

Sandro Pereira ha dejado de lado, por el momento, el objeto y la escultura para pintar, agregando nuevos datos a su identidad de artista. Su obra es misteriosa y seductora.    En el caso de Héctor Meana, exponemos una obra conocida, en lugar de sus últimas obras que se abren a otros caminos, por parecernos que ésta ilustra mejor el sentido vernáculo y romántico de la muestra.

Ana López aclara sobre  “El viento”, su poética instalación de pared en cerámica y acuarela sobre papel, “el viento es lo más parecido al suspiro y al soplo, algo que se siente aunque no se vea”.  López lo relaciona con el hálito de vida que se transmite de un lugar a otro, con las semillas y con los aromas.

Fotografía

No solo de talento se nutre la fotografía contemporánea. Es necesario también que sus autores trabajen con buenos materiales y cuiden puntillosamente las distintas etapas de producción de la obra, para que ésta tenga una presencia que signifique.  Ambas condiciones, talento y calidad, se dan en la obra de Peter Merts, Diego Ortiz Múgica, Silvia Rivas y Carlos Trilnick

“Pehuén”, fotografía de Oscar Carballo, es parte de su ensayo “Buró Escolar”.  Un ómnibus de colegio en una tormenta de nieve - en parte recuerdo, en parte comentario, en parte foto analógica, en parte intervención digital- describe un panorama sobrecogedor e inquietante de gran belleza.
En Ensayos sobre el parecido secreto”, la instalación de pared Carina Cagnolo,  las  tomasfotográficas de paisajes brumosos se desarticulan sobre la pared en dibujos que las reproducen en forma aleatoria como piezas de un rompecabezas.   ¿De dónde surge la obra de un artista? ¿En qué se “inspira”? ¿Cuál es la relación entre la “realidad” del  mundo en el que habita y cuál es su percepción de esa realidad?

 Para algunos artistas el paisaje es un tema entre otros, que les permite ejercer una disciplina determinada, llegan a él de manera arbitraria; para otros artistas es un tema ineludible, como en el caso de Andrea Elías, quien escribe: “El paisaje no me ha dejado opción, se me ha impuesto de una manera brutal y mi trabajo es en definitiva una manera de ver qué hago con esto”.  Elías elabora la nostalgia por su tierra de origen y la extrañeza que le produce la tierra a la que se ha mudado creando un fotomontaje en el que se unen estos escenarios afectivamente antagónicos.

La imagen del árbol se repite en la serie de cuatro fotografías de Ignacio Iasparra, con sucesivos cambios de luz, reforzándose a ella misma.  Vistas de la llanura pampeana en las tomas de Isabel Lacau ilustran su mirada atenta al detalle y a los cambios atmosféricos.  Julie Weisz se ha apartado de ensayos anteriores captando escenas naturales románticas.

La fotografía de Esteban Pastorino refuerza la visión de la tierra que se extiende indeterminadamente. 

Julio Fuks, quien también analiza la llanura desde su obra, expone fotos que se acercan a ella tangencialmente.

La serie de fotografías de Gastón Bourquin ilustran el paisaje desde una mirada atenta y rigurosa. Y nuestra mirada contemporánea se nutre a su vez del talento de este artista cuyo legado es una parte importante de nuestro patrimonio artístico.

Peter Merts, fotógrafo de los Estados Unidos, durante su estadía en la Argentina en el 2002 viajó a  Salta y a Jujuy, adonde tomó las fotos que se exhiben en esta muestra.  Estas tomas son la continuación de su ensayo anterior “Solitude” (Soledad), que Merts no traduce como sentirse solo, si no como estar solo en comunión con la naturaleza.  Su búsqueda estética y espiritual lo lleva a rescatar visualmente aquellos espacios en los que quedan vestigios del hombre, pero en los que el hombre mismo está ausente.

Video

Con la mirada atenta al entorno rural desde lo visual y desde lo sonoro Silvia Rivas y Carlos Trilnik han creado para esta muestra una video proyección que podemos penetrar y en la que podemos instalarnos. Esta obra es un ensayo sobre los sentimientos y los espacios ambiguos que se dan entre la fruición de los sentidos ante un panorama visual placentero y el malestar sugerido por lo que acecha, que se insinúa desde una banda de sonidos, fuera de nuestra área de visión y que se refiere a nuestra historia temprana –en este caso el sonido del galope del malón.  Es la impronta que la cultura y la información imprimen sobre la experiencia inmediata. Es un contrapunto entre la belleza natural aparente y la belleza de un drama que no termina de definirse.

Daniel García, reportero gráfico, se distrajo de su función laboral, casi sin darse cuenta,  fotografiando cielos tormentosos.  El resultado es “Cielos barrocos”, la video proyección en la que elabora su duelo por el padre que se había ido “al cielo” cuando era niño. 

Margarita Wilson Rae grabó en video una escena durante la cual ella cava en la tierra la fosa en la que después entierra las caracolas de cerámica que ha modulado antes.  Son imágenes telúricas y rituales, en las que la tierra misma, el terrón de tierra y las raíces que lo surcan, anuncian la necesidad dramática y poética de encontrar el lugar apropiado para enterrar sus desvelos.  Es una ceremonia de iniciación en la que el sujeto pasa de un estado a otro.

“Verde que te quiero verde” es la construcción  poética de una naturaleza botánica, acogedora o alienante, seductora y misteriosa.  La cita a García Lorca del título nos refiere a la ilusión, siempre latente, siempre renovada, de encontrar el paraíso terrenal.

Ocho artistas históricos y cuarenta y un artistas contemporáneos de distintas generaciones –desde Fermín Zuazu (1985) a Miguel Ocampo (1922)-, originarios de diferentes provincias y un fotógrafo de los Estados Unidos, construyen e ilustran un paisaje multimediático rico y alentador.  Pintura, dibujo, fotografía, grabado, performance, video, instalaciones de piso y de pared conforman un panorama dinámico que ilustra la capacidad creativa de nuestros artistas.   Ni la pintura ha muerto, como se pretendió muchas veces a través de la historia, ni el arte ha dejado de ser un proyecto vital y sensible.   



No hay comentarios.:

Publicar un comentario