Publicado en Penumbria / Cuentos seleccionados - Julio 20, 2017
Teresa, Clara y Margarita eran primas hermanas entre ellas, sus madres eran hermanas entre si. Los padres amigos entre ellos y en muy buena relación con sus cuñadas. Las tres familias vivían en Huerta Grande en la sierras de Córdoba, en la loma de los alemanes, como se le llamaba a esa calle ancha de tierra a cuya vera crecían molles añejos cuyas copas se encontraban en lo alto creando un techo vegetal.
Las niñas se habían criado juntas, entrando y saliendo de sus casas, sin tener demasiado en cuenta cuál era de quién, al punto que los vecinos menos allegados las confundían. Las tres eran rubias de hermosos ojos verdes, heredados de su abuela materna. Teresa era un año mayor que sus primas y la menos expresiva. Clara, la más revoltosa y risueña, Margarita era naturalmente el centro de la atención de la familia inmediata por su manera de expresarse a través de muecas y gestos, que a todos hacían gracia.
Los primeros años de la escuela primaria fueron al colegio del estado en el pueblo. Cuando Teresa cursaba cuarto grado y Clara y Margarita el tercero, las madres de común acuerdo entre ellas y los padres, decidieron que al año siguiente irían pupilas al colegio inglés en Cruz Chica. Al finalizar el año escolar las niñas se despidieron de sus compañeros y de las maestras que conocían. Empezaron sus vacaciones pensando en Navidad y en la playa y no en qué les depararía el colegio nuevo. Quizá porque sus vidas habían sido hasta entonces libres y alegres, cerca de sus parientes cercanos quienes estaban atentos a su bienestar, sin ejercer presiones o imponer límites innecesarios.
Como otros años, después de las fiestas las tres familias viajaron a Buenos Aires a visitar los abuelos paternos de cada una, para reencontrarse en Mar del Plata por diez días. La última semana de enero los encontró nuevamente instalados en sus casas de Huerta Grande retomando sus ritmos y costumbres habituales.
Uno de los primeros días de febrero, mientras sus primas, sentadas sobre el pasto intercambiaban figuritas, Teresa, quien se había alejado unos pasos y miraba abstraída por encima del cerco, vio un hombre que caminaba del otro lado. Si bien no lo conocía dedujo que sería el profesor de alemán, de quien se decía que vivía solo en la sierra, pero a quien nadie había visto. Sus padres y tíos habían comentado varias veces sobre la gente extraña que se instalaba en lo alto de las sierras aislándose del resto de la comunidad, quizá escapando de algo o de alguien. Días antes, en la farmacia la farmacéutica, en voz baja como quien encubre un misterio, le había preguntado a su mamá si había visto al profesor alemán. El hombre siguió caminando como si no las viese. Clara y Margarita seguían concentradas en sus figuritas, sin levantar la vista. Al día siguiente lo vio pasar nuevamente, y el otro, y el otro. Él no las miraba y sus primas no lo veían, aún cuando estuviesen mirando hacia donde él pasaba. Teresa, normalmente introvertida, se guardo la experiencia para pensarla sola, algo así como un juego entre ella y el hombre, a pesar de que aparentemente él no la veía.
Teresa no hubiese sabido explicarlo y, posiblemente, el resto de su familia no la hubiera comprendido. Se veía vivir con sus primas y el resto de su familia como si ella no perteneciese del todo a lo que pasaba. Las historias que urdía en su cabeza, a las que les daba vueltas y vueltas agregándoles nuevas palabras a medida que las iba aprendiendo, le eran más reales que el resto de su vida.
Algo en ese hombre que pasaba solo y no las miraba la atraía. Se acercaba el momento de ir al colegio en Cruz Chica donde seguramente habría mas gente a su alrededor, menos lugar para estar sola. Debía acercarse a conocerlo antes de irse. Necesitaba saber cómo era estar sola como estaba solo él.
Tres días antes de que empezaran las clases abrió la portera del jardín cuando vio que el
hombre estaba por pasar. Cuando estuvo a pocos pasos de ella se le acercó. Él se detuvo y
le tendió su mano sonriéndole como si la reconociese, ella le dio la suya y sintió que se
aligeraba.Escuchó que sus primas la llamaban y, a pesar de que miraban hacia donde ella estaba, no la veían.
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