Verde que te quiero verde
Texto de la muestra sobre el paisaje desde el
arte contemporáneo argentino en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta
– mayo 2004 Por Alina Tortosa, curadora.
Esta producción curatorial, como la obra misma
de los artistas que participan, surge de una preocupación bastante anterior a
la articulación de la propuesta. El
paisaje como entorno es, en primera instancia, una vivencia de los
sentidos. Uno siente el paisaje aún
antes de verlo, de analizarlo. Es el
entorno supuestamente “natural” que se tradujo en sensaciones y en sentimientos
antes de que lo pensáramos en palabras, en imágenes, en líneas y colores.
Las palabras de Miguel Ocampo refuerzan los
conceptos anteriores.“El paisaje es preponderante en mi pintura. /Consciente o inconscientemente mis cuadros,
tanto abstractos como descriptivos, rara vez dejan de tener connotaciones de la
naturaleza. /Ver y mirar es lo que me mueve al trabajo. El movimiento, lo
inasible de la luz, una secreta estructura de geometría no euclidiana,
totalizadora e indefectiblemente armónica, son mis intereses más
estimulantes.” Por primera vez, Ocampo
expone dibujos, trabajos de gran belleza, cuyos trazos refinadísimos recuerdan
la elegancia de algunos paisajes japoneses.
La idea de mostrar artistas que trabajan sobre
el paisaje surgió de nuestra admiración por las obras de Fermín Eguía, Juan
José Cambre, Eduardo Stupía y Guadalupe Fernández, artistas de distintas
generaciones que pintan el paisaje en un proceso que se reconoce auténtico desde
una mirada contemporánea. Diría que estas dos condiciones han sido definitorias
a la hora de elegir los artistas contemporáneos y sus obras: la coherencia en
el tiempo desde una visión personal.
La elección de la obra de los artistas
históricos, acotada por razones de tiempo y de acceso, surgió de la necesidad
de establecer un diálogo entre los que
trabajan hoy y los que trabajaron ayer.
Un diálogo que se resuelve en un tono quedo y poético. De ninguna manera
hemos tratado de trazar un recorrido histórico que explique el desarrollo
lineal de las trayectorias en juego, ni abarcar todo el espectro paisajista
argentino.
El paisaje como punto de partida del sentido
de identidad se da espontáneamente, lo registre el sujeto en forma activa o
no. Las características topográficas, el
clima, la flora y la fauna son datos que han influenciado la percepción y la
sensibilidad, o la falta de ella, de los habitantes de cada zona. El entorno geográfico primitivo de cada individuo
influencia su percepción de otros entornos, próximos o lejanos, dentro del
territorio nacional o extranjero.
Por eso el paisaje no es un tema del pasado,
ni es un tema aleatorio, poco relacionado con una visión conceptual y
contemporánea del arte o de la vida. Todo lo contrario. Estamos ligados a él por la impronta que la experiencia
específica ha dejado en nuestra
conciencia subliminal y en nuestra memoria consciente. Nos han influido nuestra relación física
inmediata: el contacto con las diferentes formas y texturas de los elementos
que lo componen, la experiencia de un clima en particular, y nuestra relación
emocional con todos estos elementos, a través de impresiones y de
recuerdos. Un acercamiento intelectual o
conceptual al tema no puede negar estos datos.
El
análisis o la descripción del paisaje en el arte no es necesariamente un relato
pictórico reconocible. Está implícito en
la obra despojada de Jorge Macchi y es explícito en la obra de Nicolás Uriburu. Macchi
analiza distintas situaciones desde una mirada íntima, casi
secreta. Uriburu construye un mensaje
claro y literal en defensa de la naturaleza diezmada por el hombre. Esta
preocupación es el eje alrededor del cual ha construido su obra.
Para
nosotros, testigos del trabajo de los autores participantes, lo interesante es
la interrelación que se crea entre los datos originales y la resolución del
artista. Cómo recibió la información,
como la procesó, hasta donde llevó su investigación de un entorno determinado,
y con qué medios e imágenes propone su interpretación personal.
La
pinturas serenas y transparentes de Pablo Suárez de 1979 y 1980 ilustran una de sus viejas preocupaciones
sobre el paisaje, la perspectiva muy particular de la Pampa en la que todo está
al mismo nivel y donde la tierra y el cielo se unen en la línea del horizonte y los caminos se pierden
en el mismo cielo.
La
presencia de la Pampa, como factor determinante, se ve también en la obra de
Juan Becú, uno de los participantes más
jóvenes. El artista pinta la naturaleza
en técnica impecable. En el primer plano
de esta obra de largo aliento se lee el esfuerzo de algunos habitantes por crear entornos rurales amenos, a la
manera de algunos jardines europeos, para contrarrestar la visión austera,
amplia y despojada del entorno.
Una obra esfumada de Alejandro
Rainieri enfatiza el paisaje extendido contra el horizonte. El tono romántico establece un diálogo con
otras pinturas y con los objetos.
Los
telas de Juan José Cambre y de Eduardo Stupía se complementan. Cada uno trabaja el tema de manera distinta y
ambos son ejemplos claves del resultado contemporáneo de investigaciones
exhaustivas desde técnicas tradicionales.
El “Blanco” de Cambre, elegante y sutil, es tan apasionado en la
intención como el S/T de Stupía, en el
que los trazos enérgicos se resuelven en forma explosiva.. Cambre ha llevado a
cabo una investigación profunda sobre el uso y las posibilidades del color a
través del paisaje. Stupía dibuja sus paisajes con trazos espesos o delgados,
casi caligráficos. Ambas obras, tan diferentes entre si, son medulares a esta
muestra.
También
son claves las acuarelas de Fermín Eguía, figura de culto en el medio de las
artes visuales. Su obra intimista es
bellísima, siempre poética, y en algunos casos, irónica. Es el primer artista que se menciona a la
hora de pensar el paisaje en el arte contemporáneo argentino.
El
bosque de Josefina Robirosa, además de un paisaje, es un homenaje sentido a la
trayectoria de esta artista que ha pintado el género durante tantos años.
Hay
trabajos, objetos, que han sido mostrados en otros contextos como objetos sin
más o como instalaciones abstractas.
Dentro del entorno de esta muestra conforman las líneas, volúmenes y
espesores de una topografía reconocible como tal. Los accidentes e incidentes del paisaje rural
se reconocen en las instalaciones de piso de Jane
Brodie, de Elba Bairon, de Irene Banchero y de Livio de Luca, y en las resmas
de papel sobre una base de Daniel Joglar.
Estas obras, despojadas de todo subterfugio, son esencialmente poéticas.
Irene
Banchero asocia el paisaje con la contemplación, con el recorrido de la
mirada que se detiene, que “busca,
describe, nombra y recuerdauna limitación física dolorosa?
Los
dibujos en pequeños formatos sobre seda de Matía Duville conforman una
instalación de pared de gran refinamiento. El artista los describe como micro
relatos en los cuales algo sucede.
Duville refuerza la imagen dibujada retirando hilos de la seda, por lo
que esta es soporte y es medio. La superficie rasgada intriga y desorienta al
espectador.
Juan
Andrés Videla ha dado una vuelta de tuerca y ha depurado su trabajo, dibujando
en grafito sobre fórmica blanca. Con
menos trazos y materia que en obras anteriores ha logrado una atmósfera clara y
sensible.
Hay
connotaciones misteriosas y mágicas en
los paisajes de Marcia Schwarz, de Guadalupe Fernández y de Florencia
Böhtlingk. “Marciana”, la obra de
Schwarz es parte de una serie que expuso en Recoleta en la que denunciaba las condiciones
precarias e indigentes en la que viven muchos de los habitantes de las
provincias del Norte Argentino. Esta obra aislada de su contexto anterior se la
ve por lo que es, sin mensajes ajenos al hecho estético: una imagen telúrica de
gran belleza que proyecta una energía estremecedora.
Para
Fernández pintar es una necesidad existencial, es el rito y el gesto elocuente
que sostiene y alimenta su equilibrio emocional. Las imágenes de Fernández
tienen su raíces en un romanticismo melancólico, una herencia de su infancia
transcurrida en Suecia. Hoy esa
melancolía se nutre también de paisajes nativos, del Tigre, entre otros, y de
otra luz. Esta última obra en
tonalidades verdes y azules es una versión bellísima de un paisaje vernáculo
imaginario.
Para
Böghtlingk pintar es también un gesto esencial cotidiano en el que elabora su
libido y un sentido estético formado en comunión con los grandes espacios del
sur argentino en su infancia, y
actualmente en sus largas estadías en Misiones.
Las
pinturas de Nahuel Vecino se reconocen por su tono académico. Las de Christian Prunello, por su
sutileza.
Sandro
Pereira ha dejado de lado, por el momento, el objeto y la escultura para
pintar, agregando nuevos datos a su identidad de artista. Su obra es misteriosa
y seductora. En el caso de Héctor
Meana, exponemos una obra conocida, en lugar de sus últimas obras que se abren
a otros caminos, por parecernos que ésta ilustra mejor el sentido vernáculo y
romántico de la muestra.
Ana
López aclara sobre “El viento”, su
poética instalación de pared en cerámica y acuarela sobre papel, “el viento es
lo más parecido al suspiro y al soplo, algo que se siente aunque no se
vea”. López lo relaciona con el hálito
de vida que se transmite de un lugar a otro, con las semillas y con los aromas.
Fotografía
No solo
de talento se nutre la fotografía contemporánea. Es necesario también que sus
autores trabajen con buenos materiales y cuiden puntillosamente las distintas
etapas de producción de la obra, para que ésta tenga una presencia que
signifique. Ambas condiciones, talento y
calidad, se dan en la obra de Peter Merts ,
Diego Ortiz Múgica, Silvia Rivas y Carlos Trilnick .
“Pehuén”,
fotografía de Oscar Carballo, es parte de su ensayo “Buró Escolar”. Un ómnibus de colegio en una tormenta de
nieve - en parte recuerdo, en parte comentario, en parte foto analógica, en
parte intervención digital- describe un panorama sobrecogedor e inquietante de
gran belleza.
En “Ensayos
sobre el parecido secreto”, la instalación de pared Carina Cagnolo, las
tomasfotográficas de paisajes brumosos se desarticulan sobre la pared en
dibujos que las reproducen en forma aleatoria como piezas de un
rompecabezas. ¿De dónde surge la obra
de un artista? ¿En qué se “inspira”? ¿Cuál es la relación entre la “realidad”
del mundo en el que habita y cuál es su
percepción de esa realidad?
Para algunos artistas el paisaje es un tema entre
otros, que les permite ejercer una disciplina determinada, llegan a él de
manera arbitraria; para otros artistas es un tema ineludible, como en el caso
de Andrea Elías, quien escribe: “El paisaje no me ha dejado opción, se me ha
impuesto de una manera brutal y mi trabajo es en definitiva una manera de ver
qué hago con esto”. Elías elabora la nostalgia por su tierra de
origen y la extrañeza que le produce la tierra a la que se ha mudado creando un
fotomontaje en el que se unen estos escenarios afectivamente antagónicos.
La
imagen del árbol se repite en la serie de cuatro fotografías de Ignacio
Iasparra, con sucesivos cambios de luz, reforzándose a ella misma. Vistas de la llanura pampeana en las tomas de
Isabel Lacau ilustran su mirada atenta al detalle y a los cambios
atmosféricos. Julie Weisz se ha apartado
de ensayos anteriores captando escenas naturales románticas.
La fotografía de Esteban
Pastorino refuerza la visión de la tierra que se extiende
indeterminadamente.
Julio
Fuks, quien también analiza la llanura desde su obra, expone fotos que se
acercan a ella tangencialmente.
La
serie de fotografías de Gastón Bourquin ilustran el paisaje desde una mirada
atenta y rigurosa. Y nuestra mirada contemporánea se nutre a su vez del talento
de este artista cuyo legado es una parte importante de nuestro patrimonio
artístico.
Video
Con la
mirada atenta al entorno rural desde lo visual y desde lo sonoro Silvia Rivas y Carlos Trilnik han creado para esta
muestra una video proyección que podemos penetrar y en la que podemos
instalarnos. Esta obra es un ensayo sobre los sentimientos y los espacios
ambiguos que se dan entre la fruición de los sentidos ante un panorama visual
placentero y el malestar sugerido por lo que acecha, que se insinúa desde una
banda de sonidos, fuera de nuestra área de visión y que se refiere a nuestra
historia temprana –en este caso el sonido del galope del malón. Es la impronta que la cultura y la
información imprimen sobre la experiencia inmediata. Es un contrapunto entre la
belleza natural aparente y la belleza de un drama que no termina de definirse.
Daniel
García, reportero gráfico, se distrajo de su función laboral, casi sin darse
cuenta, fotografiando cielos
tormentosos. El resultado es “Cielos
barrocos”, la video proyección en la que elabora su duelo por el padre que se
había ido “al cielo” cuando era niño.
Margarita
Wilson Rae grabó en video una escena durante la cual ella cava en la tierra la
fosa en la que después entierra las caracolas de cerámica que ha modulado
antes. Son imágenes telúricas y
rituales, en las que la tierra misma, el terrón de tierra y las raíces que lo
surcan, anuncian la necesidad dramática y poética de encontrar el lugar
apropiado para enterrar sus desvelos. Es
una ceremonia de iniciación en la que el sujeto pasa de un estado a otro.
“Verde
que te quiero verde” es la construcción
poética de una naturaleza botánica, acogedora o alienante, seductora y
misteriosa. La cita a García Lorca del
título nos refiere a la ilusión, siempre latente, siempre renovada, de
encontrar el paraíso terrenal.
Ocho
artistas históricos y cuarenta y un artistas contemporáneos de distintas
generaciones –desde Fermín Zuazu (1985) a Miguel Ocampo (1922)-, originarios de
diferentes provincias y un fotógrafo de los Estados Unidos, construyen e
ilustran un paisaje multimediático rico y alentador. Pintura, dibujo, fotografía, grabado,
performance, video, instalaciones de piso y de pared conforman un panorama
dinámico que ilustra la capacidad creativa de nuestros artistas. Ni la pintura ha muerto, como se pretendió
muchas veces a través de la historia, ni el arte ha dejado de ser un proyecto
vital y sensible.