El
espejo
El olor a café y a
tostadas la previnieron que el desayuno estaba listo. Se miró en el espejo y pensó con angustia en
aquel otro espejo, el del vestíbulo.
Espero que Agustina ya haya pasado al comedor -pensó mientras se
observaba detenidamente- No me queda mal el azul.
Con un cepillito retocó
las cejas y las pestañas. No necesitaba
maquillarse, sus veinticinco años le permitían estar atractiva con apenas un
toque de pintura en los labios. Salió
al pasillo y lo recorrió lentamente hasta llegar al vestíbulo. Ahí, como todas las mañanas, la esperaba Agustina.
-- Mirá, Elena,
mirá- dijo Agustina, señalando su propia imagen en el espejo- Lo mismo te va a
pasar a vos. Lo mismo te va a pasar a
vos. El tiempo no perdona. Yo era bonita y fresca como vos. Mirá. Mirame!
Elena sonrió.
-Buen día, Agustina,
¿Durmió bien?
Le dio un beso a la
señora mayor y entró al comedor. Esta la
siguió dudando, una vez más, sí Elena la había escuchado. Elena se sentó en su lugar y sonriendo sirvió
el café. Le alcanzó a su suegra el
azúcar. Un día de estos voy a gritar como loca, pensó,
pero hoy no, hoy no.
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